O sea, las piernas más largas de la historia del cine, inacabables, peligrosas, seductoras, tentadoras, capaces de llevarte directamente por la calle de la Amargura, esquina con Perdición. Estamos hablando, claro, de las dos piernas, dos, de la única, inigualable, extraordinaria… CYD CHARISSE. Por buen actor que fuese Gene Kelly, esa cara que tiene en la foto cuando de repente y sin esperárselo se encuentra con que su sombrero ha caído justo donde no debía… en fin, que no necesitaba fingir para que le cortase el hipo al ver aquello.
“Cantando bajo la lluvia”, o sea, la película que Woody Allen dice que hay que ver una vez al mes si uno quiere ser feliz. Gene Kelly, con esa cara de buen chico recién llegado a la gran ciudad. Ese plano con una pierna infinita, estirada, con un sombrero en la punta del pie, que acaba en un cuerpo de tanguista peligrosa, embutida en un vestido verde que, por sí solo, ha sido suficiente para llenar varias veces el caldero de Pedro Botero de pecadores con cerebros llenos de pensamientos libidinosos… Esa mujer que se permite despreciar el amor a cambio del dinero, fría, calculadora y que se mueve como nadie se movió nunca. Ufffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffff
Tula Ellice Finklea había nacido en Amarillo, Texas. Con ese nombre y en semejante lugar tenía que ser una bailarina muy, muy, muy grande para llegar a convertirse en una estrella, pero ella lo era. Tanto que llegó a bailar en los ballets rusos de Diaghilev (con nombres falsos como Felia Sidorova, que al fin y al cabo eran los ballets rusos) y protagonizó unas cuantas de las escenas más inovidables de la historia del cine.
Aquellas piernas infinitas que ella sabía mover como nadie eran un tesoro, así que… había que asegurarlas. Y lo hizo en 1952, en medio de una enorme campaña publicitaria, por la escandalosa cantidad de cinco millones de dólares, o sea, un Potosí. En realidad, la Metro pulverizaba así el récord de la Fox, que había asegurado las piernas de Betty Grable en un millón de dólares cada una. Una barbaridad también, porque como hubiera dicho Celia Gámez “da lo mismo de suspiros que de tiros, un millón es un millón“. La cosa venía de que Betty había protagonizado en el 39 “Las piernas del millón de dólares”, título que se refería a las de un caballo de carreras, pero los publicistas de la Fox se lo curraron y la gente acabó conociéndola así.
A principios de los 50 Cyd firma un contrato con la Metro y empieza a tener papeles protagonistas en películas importantes, sobre todo musicales. Ahí va una lista para quitar el hipo: “Cantando bajo la lluvia”, “Melodías de Broadway”, “Siempre hace buen tiempo”, “Brigadoon”. Antes la veíamos en la primera, y ahora vamos a verla en la segunda, en la que tuvo como pareja a un bailarín mítico, Fred Asteire. La diferencia de edad entre los dos no impidió que se crease una química… inolvidable. Disfrutad de cada segundo de esta escena:
Y ya para acabar otra escena que quizá no sea tan lujuriosa, pero es… yo creo que el mejor “paso a dos” de toda la historia del cine. Montones de ensayos, una falda que vuela y subraya cada movimiento, una música perfecta, un decorado elegante y romántico… En fin, el que seguramente es el mejor número de la historia del cine musical, “Dancing in the dark”:
Sobran las palabras. Y aún a riesgo de que me toméis por el abuelo Cebolleta, diré lo que estoy pensando: ya no se hacen películas así.
Y si queréis leer más…
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