Al norte de La Rioja hay un pequeño pueblo de poco más de mil habitantes llamado San Vicente de la Sonsierra, conocido por una tradición que tiene un curioso nombre: los “picaos”. ¿Quiénes son? Personas anónimas que de forma voluntaria se flagelan la espalda como acto de fe y penitencia por sus pecados. El nombre de “picaos” viene del hecho de que después de unos 800 azotes otra persona se la pica para que sangre y evitar así un enorme hematoma con una bola de cera que lleva incrustados cristales puntiagudos (doce heridas, seis en cada lado de la espalda, por los doce apóstoles).
Es un rito ancestral que se repite tres veces al año, en Semana Santa, para la Cruz de mayo (el día 3) y para la Cruz de septiembre (el 14). Lo de “rito ancestral” parece un lugar común, porque son dos palabras que muchas veces se usan juntas, pero en este caso lo es de verdad. Y además único, porque en ningún lugar ha sobrevivido algo que en otras épocas debió ser bastante común. Como prueba podemos ver este cuadro que Goya pintó a principios del siglo XIX y que representa algo casi idéntico a lo que vemos en la fotografía.
Un grupo de penitentes con la cara cubierta, algunos con capirote (que viene de la “coroza” de los condenados por la Inquisición). Algunos se azotan la espalda e incluso van vestidos de forma muy parecida a los “picaos”, y otro lleva atado a los brazos un travesaño de madera (como los “empalaos” de Valverde de la Vera, de los que hablaremos otro día). Igual que en la fotografía, la escena se desarrolla delante de una imagen de la Virgen (también hay otros pasos, como un crucificado al fondo), con estandartes, numeroso público… es evidente que también estamos en Semana Santa.
Cuando Goya pinta esta procesión probablemente intenta mostrarnos el atraso de España respecto a otros países europeos. No hay que olvidar que él, con todas sus contradicciones, es un hijo de la Ilustración, y que ya Carlos III había intentado prohibir en 1777 “los disciplinantes, empalados y otros géneros de penitencia“. Lo cierto es que cambiar las costumbres cuesta mucho y aquella venía de muy, muy lejos. Nada menos que de una Edad Media cuya herencia, por aquel entonces, se quería erradicar.
En los siglos XII y XIII hay un auge de la devoción por la pasión de Cristo. Por un lado, el ambiente de las Cruzadas; por otro, la enorme influencia de San Francisco de Asís, que según la tradición había recibido directamente de Cristo sus cinco llagas en su propio cuerpo (lo que se conoce como estigmas). El papel de los franciscanos en el desarrollo de la Semana Santa sería fundamental, y ellos serían los que impulsaron la creación de cofradías de disciplinantes cuya principal devoción era la Vera Cruz
Hoy subsisten muchas cofradías de la Vera Cruz, pero de todas ellas la única que ha mantenido esta tradición de los disciplinantes ha sido la de San Vicente de la Sonsierra, cuyos estatutos datan nada menos que de 1551. De hecho, lo que hoy se sigue viendo parece que se haya conservado en una cápsula del tiempo y que de pronto nos lleve a época muy remotas, siglos atrás. Creo que para hacernos una idea lo mejor es verlo:
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De todo lo que hemos visto hay una cuestión que a mí me parece muy importante: el absoluto anonimato de los “picaos”. Eso elimina el componente exhibicionista (que tan importante es en muchos costaleros sevillanos, por ejemplo) e introduce un elemento muy interesante: la máscara. Hay quien dice que colocársela y ver el mundo a través de dos agujeros te introduce en una dimensión distinta, entre otras cosas porque los que están alrededor hablan de ti como si no pudieras oírlos. Supongo que eso, unido al ritmo monótono e incesante de los latigazos, te puede hacer llega a entrar en una especie de trance. No lo sé, nunca he experimentado nada parecido, aunque no puedo negar que me produce una enorme curiosidad.
¿Qué puede llevar a una persona a hacer algo así? Arrepentimiento, remordimientos de conciencia, una extraña forma de agradecimiento, un cierto masoquismo… No lo sé, sinceramente. Pero algo ha cambiado en mí en estos últimos años, supongo que debido a la edad. Cuando era más joven me hubiera escandalizado de que algo así siguiera ocurriendo en el siglo XX (yo nací en el 71), lo hubiera considerado un signo de retraso, hubiera pensado que había que acabar con estas manifestaciones… hoy ya no lo veo así. Hoy pienso que la vida es dura, maravillosa pero dura, y que cada uno la afronta como mejor puede. Las soluciones que a unos les sirven a otros no, y al revés. Yo no entiendo qué alivio puede encontrar alguien en mortificarse de esa manera, pero es evidente que esas personas lo encuentran y que se sienten mejor. Si no hacen mal a nadie, y yo creo que no lo hacen, ¿quién soy yo para pensar que no deberían hacerlo?
Y por cierto, si queréis saber mucho más sobre esa increíble tradición que es la Semana Santa, hemos preparado estas tres excursiones:
Y si queréis saber más, aquí os dejo otros capítulos de nuestro blog:
Salamanca, el “padre putas” y el Lunes de Aguas
El entierro de Genarín en León
El besapié de Jesús de Medinaceli en Madrid
Sevilla y el viacrucis de la Cruz del Campo
El juego de las caras en Calzada de Calatrava
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