¿A qué parece un trabalenguas? Pues para nada. Resulta que en las Cartujas solía haber un estanque con tortugas. ¿Y para qué? Pues no era para que los cartujos se fueran allí a contemplarlas durante horas ni porque les apeteciera poner un toque de exotismo en sus vidas, sino porque nadie tenía muy claro si las tortugas eran carne o pescado. A lo mejor estáis pensando que se me ha ido la cabeza y estoy delirando, pero no, no, para nada. Esto es un debate de enjundia, y como parece que durante siglos no sabían muy bien qué pensar, pues los cartujos decidieron que chico, ahí había un vacío legal y había que aprovecharlo. Porque claro, ellos carne no comen nunca, pero nunca, nunca, y a veces necesitamos las proteínas. Así que para estos casos está la tortuga, que deja la conciencia tranquila y arregla un poquillo el cuerpo.
Y ya que estamos, hablemos de la alimentación de los cartujos, porque eso de “he comido como un cura” no les cuadra ni lo más mínimo. De hecho, si algún día decís que habéis comido “como un cartujo“, mala señal. Para empezar, comen prácticamente siempre solos, aunque un día a la semana se come en comunidad (en silencio, eso sí). Resulta que el fundador de la Orden, San Bruno, era un hombre práctico y realista, y veía que el ideal de vida en completa y absoluta soledad era prácticamente imposible de llevar a cabo para la mayoría. Así que se inventó una fórmula nueva y original: vivir en soledad pero en comunidad.
Cada cartujo hace su vida solo, en su celda, pero sabe que está respaldado por la comunidad y para que no lo olvide los domingos comen juntos en el refectorio. Además, dentro de la comunidad están los hermanos “legos”, que son de los que se encargan de todos los aspectos prácticos de la vida. De cuidar el huerto, por ejemplo, de comprar en el exterior lo que ellos no producen, de cocinar, de dejar cada día la comida delante de cada una de las celdas de los monjes… En cualquier caso, cómo sería la vida de aquellos hombres que el abad de Cluny decía: “Son los más pobres entre los monjes, habitan cada uno en una celda, llevan su tosco hábito de penitencia, ayunan casi sin interrupción y comen sólo pan. No quieren saber nada de carne, tampoco compran pescado, aunque lo comen si alguien se lo ofrece. Los domingos y jueves viven de huevos y queso, los martes y sábados de hierbas, los otros días sólo hay agua y pan. Sólo comen una vez al día, excepto los días de fiesta, y guardan el más estricto silencio, comunicándose a través de signos”.
Una dieta equilibrada, ¿eh? Bueno, pues ahora mirad este cuadro. Lo pintó Zurbarán para la Cartuja de Santa María de las cuevas de Sevilla (la de la Expo 92, la de las vajillas de la Cartuja…). ¿Veis las jarras de vino, el pan…? Pues abrid bien los ojos porque hay algo más…
Los siete primeros cartujos, entre los que estaba el fundador, San Bruno, se habían instalado en el valle de Chartreuse gracias al apoyo del obispo Hugo de Grenoble, que entre otras cosas les enviaba comida. Total, que un domingo les envío carne con toda su buena intención, pero los pobres, que no tenían costumbre, no sabían qué hacer. El caso es que en plena discusión se quedaron dormidos durante 45 días. La siesta les dura hasta el Miércoles Santo y el obispo se presenta a visitarlos, encontrándose con el siguiente panorama: los monjes despertándose, sin saber en qué día están, y la carne preparada encima de la mesa ¡¡¡¡y en plena Semana Santa!!!! ¿Qué ocurrió? Pues que la carne de los platos se convirtió en ceniza, y en ese momento decidieron que aquello era una señal del cielo para decirles que de carne, ná de ná (aunque sobre las tortugas el cielo no se pronunció).
Si queréis conocer una de las dos cartujas zaragozanas no os podéis perder, los sábados por la mañana a las 12’00, nuestra visita a la Cartuja de Aula Dei. Si queréis saber más entrad aquí, y para reservar llámanos al 976207363 o entrad aquí.
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Un paseo nocturno por la Cartuja Baja
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