El Bulli era/es mucho más que un restaurante, mucho más que una institución cultural, aunque sé que esto a muchos les rechinará en los oídos. Es uno de los focos de creatividad más potentes que hay hoy en el mundo, y lo digo con el absoluto convencimiento del que cree que una cena puede ser una inmersión en la vanguardia tan radical como una performance en la galería más transgresora de Tribeca. Ni más ni menos.
No he tenido la suerte de comer en El Bulli, pero… casi. Si alguno de vosotros lo ha intentado sabrá que había más posibilidades de viajar a la luna que de conseguir mesa, pero resulta que Sevilla siempre es la solución, y muy cerca, en Sanlúcar la Mayor, está El Bulli hotel, la maravillosa “Hacienda Benazuza” convertida en un resumen del universo de El Bulli en donde se puede dormir, comer, desayunar, bañarse en la piscina… y todo ello es una experiencia inolvidable, simplemente. Y lujuriosa. Muy, muy lujuriosa en todos los sentidos.
Parece ser que alguien le comentó a Adriá que, si cada año cambiaba la carta de arriba a abajo, nunca sería posible volver a probar los “grandes éxitos” de cada temporada. Y entonces se le ocurrió la posibilidad de ofrecer un menú que resumiera lo mejor de El Bulli en este lugar mágico. Y fue allí, al ladito de mi Sevilla del alma, donde viví mi primer contacto con el “Universo Bulli”. Y no lo olvidaré nunca, de eso estoy seguro, porque he vivido pocas experiencias tan maravillosas, excitantes, inquietantes, devastadoras, excepcionales, sorprendentes, alucinantes… como aquella cena. Que fue muchísimo más que una cena, desde luego. Fue, para empezar, un juego. Porque da la impresión de que Adriá se divierta provocándote, como diciendo: “Adivina cómo he hecho esto“. Y poniéndote trampas continuamente. Trampas incruentas, claro, puestas ahí para que no te confíes, estés alerta, y tu capacidad de disfrutar y de sorprenderte se multiplique.
Aquí va un ejemplo. Una amable camarera se acerca con un frasco de cristal y con unas modernas cucharillas saca unas aceitunas de aspecto inocente. Pero cuidado, porque aquí nada es lo que parece. Nada es simple ni inocente. Y lo que parece una aceituna explota en la boca y de pronto… tenemos dentro de nuestro cerebro el sabor de todas las aceitunas del mundo. Pero, las aceitunas no son líquidas, ¿no? Y suelen tener hueso, y si no lo tienen se les nota, porque a las aceitunas rellenas se las ve venir. Pues hay que olvidarse de cualquier idea preconcebida. Estas aceitunas esferificadas son otra cosa, un mundo nuevo, algo que no se parece a nada que hayas probado antes. Una fiesta para los sentidos tan extraordinaria como un cuadro de Matisse con colores tan intensos como la vida.
¿Y qué decir del spaguetti? No he encontrado una foto, pero aquel spaguetti me dejó en estado de shock, porque ¿cómo es posible que un spaguetti de dos metros cambie de sabor a medida que lo vas sorbiendo? ¿Suena raro? Pues es exactamente así: un pequeño cuenco con un solo spaguetti y una instrucción clara, “todo para dentro de un sólo sorbo“. Pues nada, chico obediente que es uno en estos casos, de un sorbo. Me hubiera encantado que alguien grabara mi cara durante esos segundos que duró aquella experiencia, porque debía ser un poema (en cualquier caso, no olvido la de Juan, que estaba enfrente, y con eso me hago a la idea). Aquel simple spaguetti (error, aquí nada es simple; puede parecer sencillo, pero de ahí a ser simple… va un mundo) cambiaba de sabor. ¿Cómo se hace eso? Ni idea. ¿Magia? Pues un poco de magia, otro poco de tecnología, otro poco de genio creativo, un mucho de trabajo… en fin, inolvidable.
Sólo una cosa más. En el tema de la sopa, soy mucho más radical que Mafalda. ¡¡¡SOPA, NO!!! Y punto. No es que sea impertinente, es que mi código genético no me lo permite. Qué más quisiera yo, pero es que me han dibujado así, oiga. Pues bien, aquí, si me sacan sopa, pues sopa que como, y encima a gusto. Pero es que claro, ¿quién se resiste a algo como esto? Una sopa tan peculiar que incluso es necesario que alguien lo ponga por escrito para darnos cuenta de que lo es.
25 pequeños platos así son una experiencia tremenda, tan agotadora para la mente como la mejor exposición. Y eso, que la mente trabaja, se nota en el gesto. Intriga, sorpresa, satisfacción y en algún momento incluso placidez, que dura poco, porque enseguida viene la siguiente prueba. Lo que está claro es que uno no viene aquí a comer, aunque también, por supuesto. Se viene a jugar, a echar un pulso con un genio que tiene todas las de ganar, claro, y no sólo porque él es el que diseña el menú para hacerte alucinar, sino porque es un tipo excepcional. Si el siglo XX en España está marcado de punta a punta por Picasso, su sucesor es Adriá, sin ninguna duda. Los dos son capaces de mirar el mundo como nadie lo ha mirado antes que ellos, y de contarlo después con un lenguaje nuevo. Los dos hacen trabajar tu inteligencia a toda máquina, y al fin y al cabo ¿hay algo más excitante que un cerebro en funcionamiento?
Y si queréis más lujuria no os podéis perder, este mes de enero, nuestras CENAS LUJURIOSAS.
Cuándo – Martes 19 , 22 y 26 de enero a las 21’15
Precio – 26 € por persona
Dónde – La Zarola, Calle de San Miguel 35
Más información y reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí
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