En diciembre de 1118 un rey con nombre de calle, Alfonso I el Batallador, entraba en la Saraqusta musulmana, conocida desde entonces como Çaragoça por los cristianos. El rey siguió por todo el valle del Ebro venga a conquistar más territorios y por eso le llamaron Batallador. Eso sí, los problemas no se limitaban a batallar y conquistar, sino que había que organizar todo aquello, conseguir que hubiera población para trabajar las tierras (muchos musulmanes se quedaron, pero muchos otros se fueron hacia el sur para no vivir en tierra de cristianos), impedir que los musulmanes volvieran a conquistarlo… en fin, un no parar. Tanto jaleo tenía el rey que se olvidó de su misión principal, tener un hijo, y cuando murió no tenía heredero. Y como era un caballero cristiano de los pies a la cabeza decidió dejarle el reino a las órdenes militares (la orden de San Juan, de la que dependía el Hospital de San Juan de Jerusalén, la del Temple…).
Aquello era imposible, así que a las órdenes hubo que darles compensaciones para que se quedaran tranquilas y no dieran mucho mal. ¿Por qué creíais que en Zaragoza hay una calle del Temple? Pues por eso, porque allí los templarios tuvieron propiedades. Y la Zuda se llamó Zuda del Hospital, porque toda esa parte y la iglesia de San Juan de los Panetes eran de los Hospitalarios, y así sucesivamente. La cuestión es que una vez que tuvieron claro que el testamento del rey estaba para no cumplirlo hubo que buscar a alguien, y todos pensaron en el mismo: Ramiro. ¿Y quién era Ramiro? Pues os lo presento rápidamente.
En principio no tenía por qué haber problema, pero… Ramiro era monje. Claro, era el pequeño de tres hermanos y ni se imaginaba que alguna vez le pudiera tocar reinar, pero su hermano mayor, Pedro, murió sin hijos; le sucedió su hermano mediano, Alfonso, que también murió sin hijos, y claro… como ninguno de los anteriores había hecho los deberes (porque la primera obligación de un rey es asegurar un heredero, o a ser posible más de uno) le toco a él. Lo malo es que como no tenía experiencia de gobierno al principio los nobles se le subían a las barbas, aunque él pronto tomó medidas y organizó el famoso episodio de la campana de Huesca.
La cuestión es que el rey estaba ocupado con tantas cosas a la vez (también tenía que buscar mujer para asegurarse un heredero urgentemente, porque ya no había otro hermano de repuesto) que no podía estar a todo, y los musulmanes amenazaban las fronteras del Reino. Tan fea se puso la cosa que fue el rey de León el que tuvo que entrar en Zaragoza para evitar que la ciudad cayera en sus manos. La ciudad siguió un tiempo bajo protección castellana y luego volvió a Aragón, pero de aquello le quedó algo. ¿Os imagináis el qué? Pues claro, el león de su escudo, que aún sigue ahí casi 900 años después.
Volviendo a Alfonso I el Batallador, el caso es que mucho tiempo después la ciudad seguía recordándolo, y cuando en la segunda mitad del siglo XIX el alcalde Candalija consiguió abrir una calle amplia, recta y de empaque que llevaba hasta el Pilar se le dio su nombre. Y por aquel entonces el pintor Francisco Pradilla (nacido en Villanueva de Gállego y famoso en toda España) pintó su retrato para el salón de plenos del Ayuntamiento.
Unas décadas después, en 1918, se cumplía el VIII centenario de todo aquello, y se creó una Junta para celebrarlo que decidió encargar un gran monumento. Salieron varios nombres de escultores ilustres, como el valenciano Mariano Benlliure (que tenía en Zaragoza monumentos como el de la plaza del Portillo), pero finalmente el que se llevó el gato (bueno, el león) al agua fue un zaragozano, José Bueno. A lo mejor el nombre no os dice gran cosa, pero hizo muchas esculturas que seguro que os resultan familiares.
El caso es que José Bueno presentó dos proyectos, uno con el rey a caballo (hubiera sido una escultura de bronce) y otro inspirado en el retrato de Pradilla, que sería de piedra. Se eligió el segundo y se pusieron manos a la obra, aunque no creáis que la cosa fue una balsa de aceite, que no. De hecho José Bueno sólo hizo el modelado de la escultura en su tamaño definitivo (seis metros y medio de altura, que se dice pronto), mientras que otro escultor hizo el vaciado en escayola y otro la pasó a mármol de Carrara.
En una revista que se estrenó en la época aparecía el rey quejándose de la postura que le tocó en suerte, todo el día de pie:
Me canso de estar de pie, mas así me esculpió Bueno
y eligiéndome terreno entre Areyzaga y Allué.
Maligno el odioso mote de muchachos deslenguados,
que me llaman “Rey de espadas” escapado de un guiñote.
La parte arquitectónica del monumento la diseñó Miguel Angel Navarro (hijo de Félix Navarro, el arquitecto del Mercado Central, y autor de cosas tan diferentes como el Colegio Joaquín Costa, la casa Solans, la ciudad jardín, las dos últimas torres del Pilar…). Sólo faltaba para completar el conjunto el león.
El león es una gran pieza de bronce fundida en los talleres de Averly a partir del molde hecho por el comandante de infantería Virgilio Garrán, que también era pintor aficionado. La pieza se fundió y estuvo año y medio medio olvidada en el jardín de la fundición, hasta que finalmente se colocó en 1927, con lo que se dio el monumento por acabado.
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Una historia preciosa, y muy bien contada. Si señor.
Por cierto, no se si cuenta como fauna zaragozana, pero en los alrededores de la plaza de San Francisco han aparecido unos pequeños dinosaurios, velociraptores creo, que llevan desde la primavera recorriendo la fachada del colegio mayor Cardenal Xavierre, la facultad de Medicina, etc.
Cuéntame más sobre eso, porque no te acabo de seguir. Estoy impaciente por saber más sobre esos velociraptors
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[…] nuestra ciudad (el que hubo dedicado a Franco en la Academia General Militar ya se retiró, y el de Alfonso I el Batallador en el cabezo del Parque no se llegó a hacer a caballo por problemas de presupuesto). Si no lo […]
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